Cómo los niños y los cumpleaños se han transformado en un arma de las apariencias

Habiendo inundado por completo nuestras vidas, el afán de las apariencias ha comenzado a afectar incluso a los propios niños

La vida tiene muchas incógnitas. Algunas de ellas se resuelven de forma instantánea mientras que otras necesitan de tiempo; algunas pueden suponer un verdadero quebradero de cabeza mientras otras apenas nos quitan el sueño; algunas son meramente superficiales mientras otras rozan la duda existencial; y algunas pueden desaparecer con el tiempo mientras otras quedarán grabadas para siempre en la eternidad. Sin embargo, hay una que hace algún tiempo que me corroe y me reconcome: ¿de dónde sacan los niños tantos amigos?

Sé que, a primera vista, puede resultar una pregunta un tanto extraña porque es cierto que está descontextualizada. Para poder haceros entender mi duda, debo exponer primero mi teoría. 

En primer lugar, debo confesaros, que además de ser un intento de periodista, soy monitora de ocio y tiempo libre; es decir, trabajo con niños. Así es, niños. Generalmente, suelen ser encantadores. Tienen algunos inconvenientes, es cierto, a fin de cuentas quién no los tiene. Pero son pequeños al fin y al cabo. Sin embargo, el gran problema que les acompaña son sus padres. Así es. Verdad número uno. 

Como monitora que soy, tengo una amplia experiencia interactuando con padres e hijos de diferentes edades, extractos sociales, culturas y nacionalidades. Sin embargo, a pesar de las grandes diferencias que pueda haber entre ellos, suele haber un factor común que todos reúnen. Y este es la necesidad de aparentar. Verdad número dos.

Encuentro realmente triste que algo tan especial como puede ser celebrar un cumpleaños, deba volverse una verdadera pantomima por el mero hecho de “hacerlo memorable”. O utilizar a los hijos para ello. Sobre todo, porque los niños lo único que quieren es jugar.

Me parece estupendo contratar los cumpleaños en sitios especiales con parque de bolas, tobogán, karaoke, cama elástica, zona de terror, campo de fútbol, etc. Claro que sí. ¿Pero comprarles tantos regalos que ya ni los miren tras abrirlos? ¿Invitar a un número exagerado de niños de los cuales la mitad el cumpleañero ni  siquiera quiere que estén? ¿O elegir los padres el menú sin tener en cuenta lo que van a preferir sus propios hijos, simplemente porque “es el más caro y por ende el mejor”?

En verdad considero que, en caso de celebración, se aprecia más la sencillez del acto, que todo lo demás. Los niños son niños. Así de simple. 

Es una tristeza que los cumpleaños infantiles se hayan convertido en un escaparate social donde la ostentación, el aparentar y los detalles sin importancia han cobrado todo el protagonismo. Pero, a fin de cuentas, qué se puede esperar de una sociedad que embellece toda su vida mediante las apariencias. 

Y esta, queridos lectores, es la terrible verdad número tres.

Parque de juegos para niños, Santander, Cantabria.

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